En el marco de pedido de restitución a sus cargos en el CASMU del Dr. Álvaro Nieggemeyer, editamos una opinión del profesor René Favaloro sobre José Artigas.
Artigas en Favaloro El 11 de diciembre de 1993, en la última jornada del Congreso Uruguayo de Cardiología, celebrado en la Intendencia Municipal de Montevideo, el doctor René Favaloro impartió una conferencia sobre Artigas en la que articuló erudición, profundidad conceptual, rigor expositivo, capacidad didáctica y, sobre todo, amor por “ese criollo enloquecido de patriotismo americano auténtico”. La misma ha sido difundida por diversos medios de comunicación luego de la muerte del cardiocirujano y, en sentido estricto, fue una clase magistral sobre una figura histórica que demostró conocer en profundidad. No obstante, la conferencia admite más de una lectura. Una primera, y la más obvia, remite a la valoración intrínseca de la figura del caudillo. Una segunda lectura es aquella que lleva a ver la reconstrucción que Favaloro hace de la vida y la obra de Artigas como una reflexión acerca de sí mismo, en un espacio bifronte en el que la historia y el presente se explican y articulan recíprocamente. Al escuchar la conferencia se evidencia que para René Favaloro la medicina nunca fue un fin en sí misma, sino un medio para realizar un programa de vasto alcance. En ese sentido, es curioso y a la vez significativo que al hacer un inventario minucioso del pensamiento y la obra del Protector ni siquiera mencione el tema de la salud, en lo que puede inferirse una manera implícita de recalcar que la medicina carece de valor si se prescinde de las intermediaciones sociales que le dan soporte, sentido y contenido ético. En otras palabras, cuando René Favaloro habla de Artigas y de su programa, se está refiriendo al precursor de una historia inconclusa de la que se sintió continuador. No de otra manera puede entenderse su formación como médico en Jacinto Arauz, su partida hacia la Cleveland Clinic, su retorno ilusionado, las características de su práctica quirúrgica y docente de años difíciles, la desmesurada utopía de la Fundación que lleva su nombre y, también, su trágico final. Al igual que sucediera con el caudillo oriental, ninguna de las determinaciones fundamentales de su vida tuvo que ver con la casualidad, sino con decisiones conscientes adoptadas –a menudo– a contrapelo del sentido común y de la más elemental conveniencia. Están ambos en la historia –a su respectivo modo– con la fuerza paradigmática de los grandes derrotados. “Más triste de lo que vengo” En el comienzo de su Conferencia sobre Artigas, Favaloro confesaba su pasión por la historia y por la tierra (además de su obvia devoción por la cardiocirugía). La importancia del tema de la tierra en su imaginario está claramente expuesta en el curso de la conferencia de marras. Buena parte de la misma está dedicada a citar y comentar con admiración el Estatuto de Purificación del 10 de setiembre de 1815, recalcando en forma expresa su direccionalidad social:“…con prevención que los más infelices serán los más privilegiados. En consecuencia, los negros libres, los zambos, los indios, los criollos pobres, todos podrán ser agraciados en suertes de estancias, si con su trabajo y hombría de bien propenden a su felicidad y a la de la Provincia”. Pero el amor por la tierra en Favaloro no se reduce a la abstracción de la historia, ni a nostalgia de querencia, ni siquiera a la valoración de su significación en términos de desarrollo económico-social. Lo suyo es apego al terruño, o más concretamente al terrón visible y palpable. Lo dice en el exordio a la Conferencia, remontando los orígenes de ese amor a su abuela materna, a la que recuerda con ternura. En marzo de este año, René Favaloro vendía su única propiedad (aparte del departamento de Palermo Chico), en un intento desesperado por cumplir con los compromisos asumidos por su Fundación: un campo de 170 hectáreas en la localidad de Saladillo. Presumiblemente allí enajenó mucho más que un bien, quizá un fragmento de ese corazón que dejó de latir por propia decisión cuatro meses después. La otra idea fuerza que lo animaba era la educación. En el cierre de la Conferencia hace una viñeta magistral de sí mismo, cuando parafraseando a don Pedro Enrique Sureña –un dominicano residente en Argentina, que fuera su profesor en el colegio nacional– pronuncia estas memorables palabras: “Yo confieso siempre: ‘he vivido entre la agonía y el deber’. Y todas estas cosas las digo porque vivo sufriendo, sufriendo a lo loco por esta bendita América Latina. Por eso mi pasión por la enseñanza, por eso, desde México para abajo, hay médicos que he formado, y es mi único orgullo. Entiéndanme bien, que yo no he gozado nada de esta charla. Quisiera terminar con algo que tan lindo cantaba Zitarrosa. Decía: «Quisiera decir que tengo/la alegría en lo que doy/pero con mi canto voy/más triste de lo que vengo’”. Así hablaba, así sentía René Favaloro.