La agricultura industrial utiliza cada vez más insecticidas que están causando daños masivos al medio ambiente. Los neonicotinoides son los más comunes en todo el mundo. No solo eliminan las plagas, sino que también dañan la salud de las personas.
Hace 30 años, un automovilista en verano tenía que detenerse cada dos horas para limpiar los insectos del parabrisas. Hoy, puede atravesar toda Europa sin siquiera usar una vez el limpiaparabrisas, porque la biomasa total de insectos ha disminuido en un 75 por ciento desde la década de 1990. Esto se debe al uso masivo de neonicotinoides, los denominados insecticidas «sistémicos», que se propagan a todas las células vegetales.
Tienen el aspecto de caramelos de colores y parecen completamente inofensivos, pero tienen un efecto altamente tóxico. A medida que cada vez más estudios científicos advierten sobre las catastróficas consecuencias de estas neurotoxinas, las multinacionales hacen todo lo posible para encubrir la relación causal entre sus productos y la mortandad de insectos. Financian estudios poco serios, presionan a los científicos y a las instituciones de investigación, ejercen un trabajo intenso ante las autoridades reguladoras mediante grupos de presión e intentan por todos los medios evitar o eludir las restricciones y prohibiciones. Mientras tanto, la mortandad de insectos está ascendiendo a un ritmo sin precedentes.
Sin embargo, debido a que los insectos cumplen una función central como polinizadores y parte de la cadena alimentaria, su radical destrucción está afectando a todos los ecosistemas: los peces y las aves se están quedando sin alimentos, de tal manera que encuentran cada vez menos para sobrevivir. Además, estudios recientes muestran que los productos químicos también afectan la salud humana.