Un mensaje de éxito circulaba en los medios de comunicación en el extranjero. Un pequeño país en el otro extremo del mundo había superado la crisis del coronavirus con sentido común y sin tutelar a sus ciudadanos: Uruguay, situado entre Brasil y Argentina. Estos dos países tomaron caminos extremos y opuestos durante la pandemia. El presidente brasileño considera a la COVID-19 sólo como una «pequeña gripe» y prácticamente no tomó ninguna medida, bajo el lema “sólo los débiles mueren”; darwinismo puro. El presidente argentino, por otro lado, decretó una larguísima y durísima cuarentena, un encierro. Ambos caminos tuvieron un resultado fatal, como demuestran las estadísticas de muertes con coronavirus. En ese sentido, Brasil y Argentina están casi igual, peleando por el cuarto lugar.
Y entre estos dos gigantes está Uruguay. En realidad, las condiciones allí eran bastante difíciles. El país tiene sólo tres millones y medio de habitantes y, como se sabe desde que la pandemia llegó a Europa, a menudo golpea duramente a los países de menor población. Las personas viven en ciudades y son mayores, porque los jóvenes emigran. ¡Así que son grupo de riesgo! Como saludo, la gente se abraza, se besa en la mejilla y toma mate compartiendo la bombilla. Pero parece que el nuevo presidente conservador, Luis Alberto Lacalle Pou, del Partido Nacional, ha hecho todo bien. Evitó una cuarentena forzada, un lockdown, y emitió recomendaciones en lugar de órdenes y prohibiciones. Y qué milagro: en más de ocho meses, sólo hubo 65 muertes con coronavirus. ¿Son reales estos informes? ¿Puro humo o una receta para el éxito?
Para responder a esta pregunta, sólo hay una cosa que una periodista puede hacer: ir al lugar, observar y hacer preguntas. Las fronteras siguen cerradas, pero como tengo una cédula uruguaya, podría viajar.